Fue anteayer cuando cansada, ojerosa del desvelo y vestida blanco y negro, con corbata a rayas, me subí en el bus del MINEC luego de una capacitación aburridíiiisima. Era tarde, el busito que me deja en la esquina de mi calle estaba a punto de salir. Las tres primeras filas de asientos llenas, luego vacías, y la cuarta butaca con un asiento vacío. Me senté.
Cuando tenía como tres o cuatro años, mi delirio era coleccionar muñecxs de trapo. Había una muñeca igualita a la empleada de mi casa que mas quise, se llamaba como ella, Sara. Cuando Sara se fue a los yunáis, lloré. La muñeca siguió conmigo. Pero los que me encantaban eran mis pashashos. Tuve varios, desde Ronald McDonald hasta los personajes del programa dominguero. Mis pashashos que se parecían a ellos, llevaban también sus nombres.
En el busito, don Arístides Alfaro Samper iba a la par mía, tomaba el periódico al revés y hacía bromas a los pasajeros. Yo reía.
Y allí estaba yo, sentada junto a mi pashasho de infancia, hecho carne y hueso, llevaba el uniforme de Concultura.
Me sentía pequeñita, me sentía chiquitita con las calcetas hasta arriba, viéndolo en la tele, llena de delirios bailarines, acostada, con mis pashashos abrazados.
"Yo voy a poner una foto suya en mi blog", le dije.
Él se me quedó viendo con una cara de "ay mi marachita cucaverga"
1 comentario:
Jajajajaj!
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